CERRAR

Caza

La magia de la cordillera

Historia de padre e hijo

Autor: Jaeger E.

Fecha publicación: 11/09/2012

Auspicia: Marcotegui Guns

Eran ya las seis y media pasadas de la tarde, y la luz del sol comenzaba a dar reflejos dorados sobre los pastizales de las laderas. Mas atrás, imponente el macizo de piedra se erguía desafiante como un capricho de la geología que había soportado las lluvias y los vientos de la cordillera. Arriba, en el cielo diáfano se recortaba la silueta de algún cóndor que sobrevolaba sus dominios.

La calma del atardecer solamente era perturbado por un conciertos de bramidos de los machos que en su constante movimiento iban agrupando sus harenes. La silueta de un 14 puntas largo se recortaba sobre el filo de un cerro mientras bajaba hacia el valle, tranquilo, como si supiera que la distancia que nos separaba era infranqueable.

Otro 10 puntas, también largo y con las características orqueadas del que queda siempre en 10, iba también cerro abajo, mientras un grueso 12 traslomaba y se perdía en los matorrales.

Era el verdadero sueño del cazador, como esas imágenes que uno tiene en la noche al acostarse en los días previos a la cacería. Yo le había prometido a mi hijo hacerle hacer una cacería en la cordillera, y eso es precisamente lo que estaba haciendo. Me acuerdo que cuando le dije que en una tarde iba a ver mas ciervos tribales que lo que había visto en sus ya 10 años de cacería en los montes de La Pampa, se rio. Solamente para decirme como tantas otras veces "Papá, tenías razón..."

El ir y venir de los ciervos dad nuestra posición en una ladera cubierta de neneos y algún que otro chacay, no nos daba la oportunidad de movernos demasiado sobre todo mientras ellos estuvieran a mayor altura, así que debimos esperar por mas de una hora quietos, yo embelesado por el espectáculo, Federico desesperado por poder tirar. Pero en la cacería no hay lugar para la desesperación.

Muy temprano por la mañana, casi diría de noche habíamos iniciado la tepada a pie, al principio llevadera, pero ya para las 8 de la mañana, mis piernas comenzaban a sentirlo. Eso sí, el haber dejado un par de años antes el tabaco, me había mejorado la respiración, y era la primera vez que lo notaba.

La mañana era soleada y aunque era principios de Marzo, la temperatura agradable. Pasamos varios filos y atravesamos varios arroyos, en general con poco agua ya que el verano no había sido particularmente prodigo en lluvias. Aquí y allá en los mallines donde si había humedad y el suelo era cenagoso se veían las "bañas" de los ciervos bien removidas y con huellas frescas, lo que indicaba claramente, como también lo hacían las ramas rotas y peladas que la brama estaba comenzando.

Al llegar a un montecito, de repente me sorprendió un movimiento entre las ojas, con lo que alce mi largavista para caer en cuenta que era la oreja de una cierva, a menos de 10 metros que junto a otras cinco y un macho joven estaban ramoneando las hojas de los ñires. Nos quedamos quietos hasta que se retiraron, y fue entonces que un búfalo corto y fuerte nos sobresaltó. De la nada apareció una chancha jabalí, de cerdas plateadas que con las orejas erguidas pasó a pocos metros de nosotros y que cuando nos tomó el viento salió a la carrera cerro abajo.

No fue el único avistaje de jabalíes, ya que mas tarde pudimos ver también corriendo espantados por los tiros de algún cazador dos enormes padrillos corriendo carro arriba e internándose en la seguridad de los pinos.

Y así, siempre con el viento en la cara continuamos nuesto rececho, que nos llevo a unos doscientos metros de un filo tras el cual se veía otro faldeo, todavía cubierto por la sombra. Estabamos ya muy cerca cuando escuchamos dentro de ese pequeño valle, un ronco bramido, que volvió a repetirse sintiéndose cada vez mas cercano. Nos quedamos agachados los tres, hasta que vimos aparecer un precioso 12 puntas bien abiertas con las coronas bien largas y de ese color de cuernas casi negro que es característico del lugar.

Era mi turno para tirar, ya que eso era lo pactado, yo con 61 años iba a tirar primero ya que sabía que a la tarde ya iba a estar demasiado cansado. Lo miré a Federico y vi como le brillaban los ojos de entusiasmo, así que le pasé el Ruger .308, y le dije, "Andate agachado hasta el filo, ponete atrás de un neneo, acostado y bien apoyado tirale".

Fue lo que hizo, y el ciervo, a unos 130 o 140 metros de distancia e ignorando nuestra presencia, se exhibía de costado bien al borde del faldeo, donde ya estaba dando la luz del sol. Interminables minutos pasaron, y yo esperando el tiro y preguntándome, "¿Que hace este mocoso que no tira?, y el disparo no se producía. Finalmente el ciervo se dio vuelta y empezó a caminar, momento en el que Federico tiró, pero lamentablemente lo hirió en el vacío, tras lo que emprendió una larga carrera.

Inútil fueron las horas emprendidas en su persecución ya que hasta perdimos el rastro, lamentando por supuesto lo sucedido. Quedamos en regresar mas tarde para volver a intentar encontrarlo.

Y continuamos hasta los cerros del fondo, uno de ellos cubiertos de pinos, y durante el resto de la jornada pudimos avistar un fantástico 13 puntas que estaban cerro arriba con cinco o seis hembras adultas. De muy gruesas astas y largos candiles era el deseo de cualquier cazador, pero el deseo subió a la cima del faldeo y se perdió en la distancia.

Mas tarde pude abatir un grueso 11 que prácticamente se nos vino encima bramando.

Pero volvamos a la tarde, que es donde habíamos empezado.

Seguía la brama en plenitud y Federico junto a nuestro guía se había desplazado de mi posición unos treinta metros y se había vuelto a agachar, cuando del costado del cerro apareció bramando lo que parecía un 14 puntas largo bien formado, yo lo tenía contra el sol, así que no podía verlo demasiado bien. Federico, ya preocupado por su primer yerro, no quería tirarle sin el consentimiento del guía, ya que decía "Que le va a parecer a mi viejo este ciervo".

Cuando finalmente recibió como respuesta que era mejor que el que yo había cazado, tomó la decisión y finalmente tuvo su primer colorado de la cordillera. Resultó ser un 13 puntas ya que le faltaban los dos terceros candiles, pero de todas maneras muy cazabe. Y así quedó para el recuerdo: la foto de padre e hijo, Cada uno con su trofeo a cuestas con ese enorme cerro de piedra pelada, iluminado por la luz dorada del atardecer, como fondo y corolario.

Jaeger E.