Autor: Fontenla Eduardo
Fecha publicación: 28/10/2003
"...El soldado pratico con el arcabuz, por quanto temor tenga del enemigo, jamas pierde el estilo de cargar bien su arcabuz. Y poner su frasco en la cinta, y cebar con su frasquillo y polvorin la cazoleta de su arcabuz, y pone su cuerda, sin andar midiendo y mirando, ní parando para lo acertar a hazer, y jamas dexa de acertar; porque tiene medido con su dedo segundo de la mano derecha el largor de la cuerda quando le pone en la serpentina, para que cayga justa en el polvorin, y tira seguro. Pero el que no es pratico, todo es al contrario, que con el miedo que tiene al enemigo se turba y no acierta a cargar, ni halla el frasquillo, y no tira la quarta parte de tiros que el pratico, y anda embelesado..."
Mientras corría sentía a los "Doce Apóstoles" golpeando contra su pecho. Hay que correr deprisa y desplegar rápidamente "las alas" para rodear a la caballería enemiga. El centro déjenlo para los piqueros, con sus lanzas de mas de cinco metros. Así lo habían repetido una y otra vez. Así lo había dicho el "Marchese di Pescara": su general.
Sin detenerse, introdujo su mano en la bolsa de cuero de la bandolera y al tacto tomo varias bolas de plomo (él mismo las fundía) y las colocó en su boca. Junto con otros arcabuceros al escuchar la orden se plantaron.
Comenzaron a alinearse formando tres filas de cinco hombres cada una separadas más o menos por quince pasos una de otra y comenzaron a cargar. Le quedaban sólo dos cargas en la bandolera, miró las mechas con alivio, estaban encendidas. Como siempre buscó estar en la primera fila. Le gustaba ver a que le disparaba, antes de que el humo desdibuje todo.
Relajado, muy relajado midió su blanco, mientras realizaba instintivamente todo el "drill" de carga. Tres arrobas de mecha habían gastado entrenando especialmente para este evento.
A pocos metros, montados en enormes y acorazados caballos, los caballeros franceses brillaban bajo el sol de la mañana, que robaba destellos del oro y la plata de las ornamentadas armaduras. Erizados de espadones y lanzas, con coloridos estandartes flameando en el viento, aquella masa de corceles, hombres y hierro hacían temblar el suelo. Cerro el ojo izquierdo, tomo puntería y esperó las órdenes.
- ¡Abran cazoletas! ..., ¡¡Fuego!!. Sintió el culatazo en el hombro y sin esperar a que la nube se disipe, se perfiló hacia la derecha, para ofrecer menor blanco, mientras hacía lugar por su izquierda a un lansquenete de la segunda fila, que ya avanzaba. Tronaron las armas de la segunda fila disparando, mientras sacaba otra bola de su boca y la colocaba en el cañón de su arcabuz.
Pocos metros adelante, los caballos, principal objetivo, recibieron la mayor parte de la descarga, Algunos plomos rebotaron contra las pesadas armaduras, pero en donde esta era delgada o donde no protegía al animal causaron estragos. El olor de la sangre se mezcló con el del azufre.
Estaba colocando la baqueta en su lugar cuando escuchó la orden de disparo para la tercera fila. Sopló avivando la mecha y avanzó por la izquierda del arcabucero que ya estaba recargando. Secó la transpiración de su mano derecha en la blanca camisa (ya no tan blanca) y colocó suavemente sus dedos en la palanca de disparo de su arcabuz. Apuntó hacia delante, no tan alto ahora, ya que los franceses estaban más cerca. El humo ya no permitía distinguir blanco. Sonó la orden y disparó.
- ¡Avanzar!. Entrecerrando un poco los ojos emergió de la densa nube de humo blanco y miró el lugar donde se hallaba hacía sólo unos instantes lo mejor de la caballería francesa. El espectáculo llenó de júbilo al español (era todo un plebeyo). Los nobles jinetes estaban prácticamente aplastados por sus perforadas cabalgaduras. Algunos como una tortuga puesta de espalda trataban desesperadamente ponerse de pie, luchando contra sus corazas y la fuerza de gravedad. Otros, alcanzados por los disparos, yacían muertos dentro de su lujosa armadura, última morada por poco tiempo, ya que la misma era un preciado botín de guerra.
Sistemáticamente comenzaron a disparar a quemarropa a todo lo que se movía. La batalla estaba finalizando.
Ahora un poco más tranquilo comenzó a cargar nuevamente, esta vez calculando a ojo y directamente de la polvorera, ya que no tenía más cargas predosificadas en su bandolera. Alguno que otro desmontado caballero quiso entablar estilo torneo, un digno combate con la espada. Pero los españoles, que carecían de esos modales, los liquidaron disparando su arcabuz directamente dentro de la armadura. Lástima, ya que de por sí la idea era conservarlos con vida, para poder pedir rescate. Pero si se empeñaban en querer utilizar la espada... No quedaba otro remedio.
Pero aún falta bastante para descansar, hay que recoger el botín de guerra. El español apagó los dos cabos de la mecha que tenía enrollada en el antebrazo, puso el recalentado arcabuz sobre su hombro y desenfundó el botafuego que le había obsequiado aquel mal hablado artillero alemán: un instrumento ideal para el remate, rápido y fácil de colar por las rendijas de las armaduras.
"...Si queréis honra y favor, alimento y botín, enfrente lo tenéis..." les había dicho Pescara. Escupió en el suelo la bola de plomo que quedaba en su boca y se dirigió con paso rápido hacia los valiosos despojos de la caballería francesa. Parte de su sueldo todavía gritaba.
El flamante exterminador de nobles caballeros había llegado. Lo que la ballesta no había logrado lo estaba realizando con probada eficacia el arcabuz. Amanecía el 25 de febrero de 1525. El lugar: Pavía, a treinta kilómetros de Milán.
Arcabuces
Cuenta Pierre de Brantôme: "...1.500 arcabuceros de los más diestros, prácticos, astutos, dispuestos y que más andaban, que, enseñados por el mismo Pescara á extenderse en escuadras por el campo contra todo orden de guerra y ordenanza de batalla y hacer giros y dar vueltas de uno á otro lado con gran celeridad, fueron desbandados por orden del Marqués entre los escuadrones de caballos, que dieron buena cuenta de los franceses, destruyeron su esfuerzo con gran ventaja, perdiéndoles enteramente, porque reunidos simultáneamente y formando un grueso, eran arrojados á tierra por tan pocos pero excelentes y bravos arcabuceros..."
Estos guerreros estaban armados con una de las primeras armas de fuego portátiles adoptadas por los ejércitos: el arcabuz de mecha. Este se utilizó con sucesivas innovaciones desde el siglo XV al XVIII. El vocablo quizá derive del alemán hakenbüsche (haken: gancho o garfio, büchss: arma de fuego) nombre que recibe una especie de cañón portátil en relación con un "gancho" que tenían provisto para apuntalar mejor el artefacto y amortiguar el retroceso durante el disparo.
Demaría nos brinda las distintas derivaciones que sufre este vocablo, transformándose en archibuso en italiano para ser arquebus en ingles, arquebuse en francés y finalmente arcabuz en español.
Por ahí también hay autores que afirman que el cañón, trueno o bombarda de mano o "hakenbüsche" coexistieron por un tiempo, encontrándose documentos en los cuales dentro de una misma compañía, los arcabuceros se discriminan de los "hackebutiers" (voz francesa que designa a los soldados armados con hakenbüsche). También podría ser una deformación del árabe al káduz (el tubo).
Nombres aparte, el mecanismo de ignición del arcabuz nace hacia 1450 y recibe el nombre de llave de Serpentín o De mecha. Si bien en occidente este sistema de ignición evolucionó rápidamente hacia otras llaves como la de rueda, en oriente se utilizó sin muchos cambios hasta el siglo XIX. En el campo militar, sin embargo, consecuencia de la tecnología costosa de las armas de rueda, la llave de mecha siguió utilizándose hasta la implementación masiva de la llave de sílex o de chispa, a finales de la década de 1690. En algunos ejércitos más humildes (¿ya había tercer mundo?) la mecha continuó en uso hasta 1710.
Existieron en una gran variedad de modelos, sobre todo en relación con el país o región de procedencia. Diferentes estilos de caja, distintos largos de cañón, diferentes maneras de fijar el cañón a las maderas y múltiples calibres personalizaron a los arcabuces. El de nuestra historia es del tipo militar, de fabricación espartana, tosco, barato de construir, resistente y efectivo. También los había más elaborados, destinados a los oficiales, ni que hablar de aquellos construidos con fines cinegéticos.
La caza, era practicada solo por los nobles señores, en sus cotos particulares. Estas armas poseen tal grado de detalle que alcanzan la calificación de verdadera "galería de arte" ya que poseen cincelados, incrustaciones de marfil, cuerno, piedras preciosas. Grabados a buril. Cañones y llaves dorados por sublimación o a la hoja. Tallas, taraceado, damasquinado y fina ebanistería integrados en un mismo objeto.
Los mecanismos evolucionaron. Desde un serpentín de hierro en forma de "S" adosado al lateral de la caja hasta el nacimiento de la verdadera llave de mecha ya con los distintos componentes fijos en una platina: el serpentín y la excéntrica con su muelle.
Los disparadores en general son de dos tipos. Los primeros modelos toman prestado el de las ballestas, conformado por una leva o palanca que se manipula con los últimos cuatro dedos de la mano que empuña el arma, este tipo de disparador se utilizó hasta el siglo XVII. A finales del siglo XVI el disparador adquiere una morfología mas parecida a los actuales y se rodea de un arco guardamontes.
La evolución provee al serpentín de un muelle que lo impulsa constantemente hacia la cazoleta, bloqueado por un fiador que lo libera al oprimir el disparador y la mecha cae automáticamente hacia el cebo (snapping matchlock), disminuyendo notablemente el lock time. En general la platina se conserva rectangular y alargada. El serpentín o sierpe en la mayoría de los modelos "cae acercándose" hacia el tirador aunque también hay modelos donde "cae alejándose" (tipo japonés).
Si están presentes, los aparatos de puntería de los arcabuces comprenden una pequeña variedad que abarca desde el simple visor de tubo colocado sobre la recámara (en modelos más antiguos) hasta alzas y guiones fijos no muy distintos de los contemporáneos. Los cañones son reforzados en recámara y aligerados hacia la boca.
Tienen un promedio de 1000 mm de ánima y están montados en un fuste de madera de un metro aproximadamente. La cazoleta estaba provista de tapa, que se manipulaba de forma manual. Los cañones de una rama de los arcabuces va a aumentar en peso y longitud lo que va a requerir de un apoyo o soporte para disparar el arma. Nace así el mosquete.
Las mechas podían convertirse en una verdadera pesadilla logística, ya que abastecer de cuerdas a los arcabuceros durante el combate no era una tarea fácil. Generalmente un oficial circulaba cargando con cincuenta madres de cuerdas encendidas para abastecer a los hombres de su cuadro no solo de mechas sino que le "daba fuego" a aquellos cuya mecha se había apagado. El cálculo era que para 1.500 arcabuceros en servicio durante un día y una noche eran necesarios aproximadamente 250 kilos de mecha.
La madre de cuerda era la mecha que el arcabucero enrollaba en su mano y antebrazo colocando un extremo en el serpentín, por el cual la hacia correr para que el extremo encendido sobresaliese adecuadamente para encender el polvorín de la cazoleta, el otro extremo también estaba encendido por si se apagaba el que estaba en el serpentín. La madre de mecha medía aproximadamente dos metros.
Teniendo en cuenta que el arcabucero estaba rodeado de frascos con pólvora, la maniobra del arma exigía un elevado cuidado. La mecha encendida en ambos extremos se transformaba en un importante factor de riesgo cuando se realizaban las operaciones destinadas a cargar el arma.
La condición obligada de mantener las mechas encendidas y colocadas en el serpentín limitaba las aplicaciones tácticas del arcabuz. La brasa o el humo de las mechas encendidas delataban la presencia o las intenciones del arcabucero. Además, la lluvia por ejemplo, lo transformaba en poco mas que un palo.
El equipo adicional de los arcabuceros consistía en una bandolera de la que pendían las cargas de pólvora preparadas en doce estuches de cobre o de madera (a los que se conocía como los doce apóstoles), de la misma colgaban también un frasco extra con el polvorín para cebar la cazoleta, una polvorera de reserva y una bolsa en la que se guardaban las balas, la mecha y el mechero para prenderla. Además iban armados con una espada semejante a la que solían usar los piqueros. Cada arcabucero recibía una cierta cantidad de plomo para fundir sus propias balas en un molde que se les entregaba junto con su arma.
Como cada pedido de armas incluía los moldes para fabricar la munición, el calibre de las balas fundidas tendría que coincidir con el del cañón. Sin embargo, esto no siempre ocurría en la práctica debido a imprecisiones en la manipulación de los moldes. La dosificación de la pólvora se realizaba de forma subjetiva y más bien exagerada una vez que se habían utilizado los estuches predosificados de la bandolera.
Esto ocurría con frecuencia cuando las circunstancias obligaban a mantener una cadencia de fuego rápida y el tirador no tenía tiempo de volver a llenar los estuches para dosificar sus cargas y vertía la pólvora en el bacinete directamente con el polvorín de reserva. De todo ello resultaba una considerable desigualdad de tiro.
La indumentaria de los arcabuceros era mucho más liviana que la de los piqueros. Consistía habitualmente en un morrión, una gola de malla de acero y un coleto o chaleco de cuero.
Durante los combates solían llevar una camisa liviana sobre toda esa indumentaria de un color determinado a manera de uniforme para ayudar a identificar sus compañeros de tercio.
El tercio era el núcleo de combate más o menos autónomo, de características apropiadas para satisfacer las necesidades de las campañas en las que se hallaban comprometidas las tropas imperiales. Cada Tercio se dividía en compañías que a su vez estaban formadas por cuadros, constituidos inicialmente por proporciones iguales de piqueros y arcabuceros.
A los arcabuceros se les consideraba, en efecto, soldados ligeros respecto de los piqueros, cuyas compañías antes de la implementación masiva del arcabuz constituían el núcleo básico del tercio. Durante el combate los cuadros de arcabuceros se caracterizaban por su gran movilidad, desplegándose rápidamente para situarse en las alas de los cuadros formados por los piqueros y tratar de envolver al enemigo hostigando sus flancos.
Los piqueros habían sido un recurso exitoso contra la caballería, prácticamente una barrera infranqueable. Hasta que la artillería los barrió en Marignano (septiembre de 1515). Los arcabuceros fueron aumentando paulatinamente su número en las formaciones del tercio sustituyendo poco a poco a los piqueros.
Final
Dicen los historiadores: "Tal modo de combatir, que se puede imaginar mejor que describir, y que exige buenos, escogidos y bien armados arcabuceros, nunca fue empleado antes de la batalla de Pavía ..."
Esta batalla marca un hito en la historia de las armas de fuego. La aparición del plebeyo arcabucero (mercenario la mayoría de las veces) y la utilización masiva de armas de fuego portátiles por parte de la infantería crean un antes y un después que revolucionará las estrategias y los conceptos tácticos de combate. Por otro lado Pavía, pone punto final a una de las figuras más emblemáticas de la edad media: el noble caballero-guerrero de fastuosa armadura y estricto código de honor.
"...Para travar esta escaramuca es necessario, que el Capitan que guyare los arcabuzeros sea pratico y los soldados tambien, porque con poca perdida suya, siendo tales, podrian castigar de veras al enemigo. Conviene que tenga buen conocimiento en el enemigo para ver si es pratico, que en el y sin termino, si con reposo y orden: y comience con la bendicion de Dios y de la prima andada saque tres fileras de a cinco soldados cada una, largas la una de la otra quinze passos, y no con furia, sino con reposo diestramente: y en acabando de disparar la primera filera, sin volver el rostro, hagan lugar a la otra, que viene a tirar, contrapassando al lado izquierdo, dando los costados el emigo, que es lo mas estrecho del cuerpo, y largos en la filera uno de otro tres passos, y con cinco, o seys pelotas en la boca, y dos cabos de cuerda encendida, muy tostada y buena, y cargar con presteza, siempre atacando su polvora con la baqueta, que haze mucha facion mas que no la atacando, y volver a tirar con la propia orden, y en el mismo lugar pero el arcabuzeero no ande para tirar el enemigo, buscando la mira del arcabuz, sino serrado el ojo izuierdo mire por sobre la mira, y tenga un poco alto al enemigo, pero derecho y presto, que es seguirissimo: y asi estas tres fileras tira cada una quatro tiros y no mas..."
(Martin de Eguiluz, Milicia, discyrso y regla militar. 1st ed. Madrid 1592)
Bonus hágalo Ud. mismo
Como fabricar buenas mechas
Si Ud. posee o desea construir (no son muy complicados) un arcabuz de mecha, para dispararlo dignamente debe lograr una buena mecha, de quemado parejo, lento, sin chisporroteo ni humareda. Para lo cual sólo hay que seguir las siguientes instrucciones.
Elementos:
Proceso:
Si hay chisporroteo y el algodón es puro 100% posiblemente se hallan formado cristales de nitrato de potasio, los que son fácilmente eliminables pasando un par de veces la cuerda a través de nuestros dedos protegidos debidamente con un guante o trapo grueso, sin apretar demasiado. No deje en ningún momento la solución al alcance de los niños. Trabaje con protección ocular y guantes apropiados.
Pequeño glosario
Fontenla Eduardo
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