Armas
Autor: Mendez Rolando
Fecha publicación: 08/11/2006
Han pasado unos dos meses y medio del final de la guerra que se libró entre Israel y las milicias terroristas de Hezballa, y si bien siempre tuve en mente escribir sobre lo que habíamos vivido, recién ahora encuentro cierta manera de contarlo.
Quizás esto que ocurrió aquí donde resido no sea de mucho interés para los visitantes de Full Aventura. Es algo que paso al otro lado del mundo. Pero en mi caso, mi "primer" guerra no es un hecho que pueda pasar desapercibido.
El relato que sigue se aleja de mi estilo clásico de redacción. No hablare de armas ni municiones, ni de ciencia balística, o experiencias en el tema al que estoy habituado a hacerlo. Solo contare experiencias reales de gente que conozco personalmente y de los momentos que ellos vivieron. También relataré lo que, tanto yo como mi familia hemos pasado.
No entraré en el terreno político y no plantearé posiciones ideológicas. Solo me motiva contar historias humanas.
Relatos
Antes de continuar creo acertado hacer unas aclaraciones: describiré actitudes y situaciones difíciles de entender para quien no esta al tanto de cómo aquí se vive. Quizás pueda parecer descabellado como las personas se desenvuelven en esta parte del mundo. En ese contexto creo que lo mejor es encarar el relato con la mente abierta a otros modos de pensar y actuar de gente que vive en otro tipo de realidad y con otra cultura.
Emil, 40 años:
Nació en la ciudad de Tiberias, a orillas del lago Kineret, también llamado Mar de la Galilea. Aun hoy vive allí con su esposa, su hijo pequeño y su madre. Es capataz de la sección maquinado en la fábrica donde trabajo y es mi jefe directo.
Recuerdo que el primer sábado de la guerra, mientras me encontraba en patrulla con la policía de mi zona, escuche por la radio que cohetes habían caído sobre Tiberias. Eran los primeros que esta ciudad recibía. Enseguida lo relacione con Emil, y mi reacción fue llamarlo por teléfono. Los primeros intentos fueron en vano. Solo me atendía el contestador de su celular. Una hora después, pude hablar con él.
Me contó que no recibió llamados, porque estaba dentro de un cuarto de seguridad, sin señal. Que había caído un cohete en la casa del vecino de al lado, que el y su familia estaban bien, y su casa no había sufrido grandes daños, pero que aun estaban aturdidos por la explosión y conmocionados. Su hijo estaba muy asustado y lloraba. Solo atine a decirle que estaba con el y ofrecerle mi ayuda.
Al día siguiente me presente a trabajar (aquí se trabaja de domingos a jueves), y para mi sorpresa, Emil también. Dejo a su familia en su casa y trato de seguir su vida con normalidad, dentro de lo que le era posible. Ese día y los siguientes continuaron cayendo cohetes en Tiberias, y con cada aviso de ataque que escuchaba por la radio, podía ver a mi jefe comunicándose con su familia para conocer si todo estaba bien.
La guerra prosiguió. Cuando los bombardeos se incrementaron, el tomo la decisión de trasladarse con toda la familia temporalmente al Kibutz en donde esta la fabrica en que trabajamos. Alquilo una pequeña casa y vivió allí hasta que esta finalizo.
No faltó un solo día a trabajar.
Vitali, 33 años:
Nació en Ucrania y emigró a Israel hace ya 14 años junto a su mujer y sus suegros. Aquí nacieron dos nenas que rondan los 10 años. Vive en Tiberias y somos compañeros de trabajo.
Cuando los cohetes empezaron a caer sobre la ciudad decidió trasladarse temporalmente con toda la familia a Tel Aviv, en el centro del país. Durante una semana no supimos nada de el. No venia a trabajar. En el transcurso de la guerra, y al no poder quedarse mas tiempo donde se hospedaba, alquiló una casa en el Kibutz donde trabajamos y se quedo allí hasta que los bombardeos cesaron.
Que yo sepa, sus bienes materiales no sufrieron daños.
Enrique, 31 años:
En el año 2003, junto a su esposa, Enrique emigro a Israel desde Uruguay. Sus primeros tiempos en el país transcurrieron en un Kibutz, para luego asentarse en la ciudad de Katzrin, en las Alturas del Golan, y a unos 35 kilómetros al sureste de la frontera con El Líbano. Trabajamos juntos en la misma fábrica, aunque en diferentes secciones.
Durante la guerra, las medidas de seguridad que la fabrica adoptó en caso de bombardeo fue la de reunir a todo el personal en un lugar seguro dentro de las instalaciones. Y ese lugar fue la sección donde yo trabajo. Así que con cada alarma, en un lapso de dos minutos observaba como todos mis compañeros llegaban hasta mi lugar.
Para Enrique resultaba muy angustiante y difícil no estar con su familia en el momento de la alarma. Vivió nervioso todo aviso de ataque, a punto tal que hubo muchas veces en que hacia cosas sin sentido. Recuerdo que durante una alarma el decidió ir afuera del refugio, alegando que si algo caía el quería verlo. Y no hubo manera de hacerlo volver. Y como en toda la fabrica solo hay tres personas que hablan castellano, y que Enrique no habla bien hebreo, me quede con el afuera para acompañarlo, no sin dejar de mirar para arriba por si algo venia. El hablo todo el tiempo que duro la alarma sabiendo que yo lo entendía, lo cual es raro ya que es una persona callada.
A medida que la guerra paso, nuestras bromas pasaban por informarnos falsos impactos de cohetes. El me decía que uno había caído en mi barrio y yo le decía que en realidad habían caído en el suyo. Por suerte, no cayó ninguno en ambos barrios.
Hoy Enrique sigue con su vida habitual pero esta pensando en volver al Uruguay.
Marcela, 38 años:
Nació en Argentina, y desde hace un año vive con su esposo, sus tres hijas y su nieta en la ciudad de Carmiel, a unos veinticinco kilómetros al sur de la frontera con El Líbano. Esta ciudad fue una de las mas castigadas por los cohetes.
Marcela vive en un edificio, en el tercer piso. Cuando en la ciudad se escuchaba la sirena de bombardeo, ella disponía de un máximo de dos minutos para reunir a su familia y bajar hasta el sótano de su edificio, que esta construido como bunker antibombas. Allí debía quedarse por lo menos quince minutos, y si no sonaba nuevamente la sirena, podía volver a sus actividades.
En cambio, si la sirena volvía a sonar, debía quedarse otros quince minutos mas, y así hasta que pasara el tiempo sin alarmas. En los días en los que los bombardeos fueron mas crudos, se pudo escuchar varias sirenas de alarma en lapsos mayores a quince minutos pero menores a una hora. Esto hacia la vida imposible, con descensos a los refugios y ascensos constantes, en donde hasta ir al baño era una tarea delicada.
Desde su bunker pudo escuchar los impactos, algunos lejanos y otros cercanos. El cohete mas cercano a su hogar cayo a unos cincuenta metros, y esto la decidió a abandonar su departamento, y trasladarse a la ciudad costera de Ashdod, al sur de Tel Aviv, en donde vivió en carpas que se colocaron sobre la playa. Allí convivió con muchos otros refugiados. Recibió alimentos y los medios básicos de vida por un tiempo.
Al terminar la guerra regreso a Carmiel.
Nancy, 26 años:
Apenas dos semanas antes de comenzar la guerra, emigro desde Rosario con su esposo Ivan y sus dos hijas a Katzrin.
Sin conocimiento de idioma y sin conocer algo de la idiosincrasia del nuevo país, poco después de comenzada la guerra viajaron hacia un Kibutz de la Galilea para comprar una computadora. Llegaron y se dirigieron hasta unas edificaciones subterráneas, que otrora fueran refugios antiaéreos, y actualmente han sido remodelados para albergar el taller de armado y venta de computadores.
Estando allí sonó la sirena de alarma de ataque, y para su sorpresa, los empleados del lugar se dirigieron hacia los sitios destinados a la seguridad. Pero ellos, que aun no habían escuchado sirena alguna, y que no comprendían lo que se decía en hebreo se quedaron allí sin saber que pasaba o que hacer, para escuchar el primer y único cohete que cayó en ese Kibutz, no muy lejos de donde se encontraban.
Y si bien su primer deseo después de esta experiencia fue volver a Rosario de inmediato, hoy siguen viviendo en Katzrin.
Elizabeth, 36 años:
Al momento de la guerra, hacia poco mas de un año que, junto a su esposo David y sus dos hijos, vivía en la ciudad de Migdal Haemek, ubicada entre las ciudades de Afula al sureste, y Haifa al noroeste.
Los primeros días de la guerra, esta ciudad no fue bombardeada, y la voluntad de Elizabeth era la de acompañar a sus amigos y conocidos que vivían mas al norte, ya sea por contacto telefónico o a través de la computadora. Es así como en nuestros encuentros por chat, nos daba ánimos.
Pero a medida que la guerra proseguía, los cohetes también llegaron a Migdal Haemek, y eso la desesperó. Durante un tiempo siguió la misma "rutina" de correr a los refugios ante el sonar de la sirena, hasta que sus nervios dijeron basta. Estuvo residiendo temporalmente en varios lugares, al sur del país, mientras su esposo se quedo solo en la vivienda y continuo trabajando. Finalmente, poco antes del fin del conflicto regreso a su ciudad.
Hoy vive en Eilat, la ciudad mas austral de Israel.
Daniel, 51 años:
Nació en Argentina y a los 20 años emigro a Israel con su esposa. Durante la mayor parte de su vida en el país fue miembro de varios Kibutzim, La guerra lo encontró trabajando como Contador Publico.
Un fin de semana, yo me encontraba en su casa y me contó que tenia un problema en su trabajo, en el que el tomador de estado de los medidores de agua que cada casa y establecimiento posee (aquí el consumo de agua se mide y se paga de acuerdo al volumen utilizado) se había equivocado y coloco un cero de mas en la cuenta del medidor que posee la pileta municipal, y por lo tanto, la cifra a pagar era altísima. Cuando le pregunte si no se podía solucionar con llamar al tomador de estado, me dijo que en tiempos de guerra esto no era tan fácil.
Resulta que el tomador de estado, además es General del ejército de la reserva, y que se encontraba en algún bunker del norte porque había sido llamado a servicio. En los bunkers no hay señal y por ende hablar por teléfono con el era imposible.
Daniel me dijo que, de tanto en tanto, el "General tomador de estado" salía a superficie para recibir todos los mensajes en su teléfono y contestarlos. Así que le dejo un mensaje y se dedico a esperar.
Al día de hoy desconozco el monto de la factura que recibió la pileta municipal.
Leticia, 49 años:
Emigro con su marido Daniel a Israel desde Argentina, con poco mas de 18 años de edad. Con treinta años en este país, con idioma e idiosincrasia, vivió en diferentes Kibutzim y lugares, y tuvo dos hijos. Uno de ellos sirve actualmente en la Fuerza Aérea y el otro forma parte desde hace un año de la reserva del Ejercito, como Sargento del cuerpo de ingenieros de combate, en el cual presto servicio militar obligatorio durante tres.
Leticia vive en una pequeña comunidad llamada Gan Ner, ubicada a unos diez minutos en auto al sur de la Ciudad de Afula, que a su vez se encuentra a unos cien kilómetros al sur de la frontera con El Líbano.
Durante la guerra, tanto Leticia como sus vecinos abrieron sus casas a aquellos refugiados del norte del país que abandonaron sus hogares en busca de un lugar mas seguro. Les dio un cuarto donde dormir, alimentos y compañía.
Pero los cohetes también llegaron a su localidad. Cierto día en que ella se encontraba sola en el jardín de su casa, una explosión a unos 500 metros la estremeció. Contra lo que usualmente ocurría, fue el cohete quien llego antes que las sirenas. Asustada aunque controlada, busco agua, comida, una radio y se metió dentro del cuarto de seguridad de su casa, y allí se quedo dos horas.
A pesar de todos los años vividos en Israel, aun la alteran las sirenas.
La guerra que vivimos
Cuando estalló la guerra, contaba con once meses de estadía en este país. Los primeros nueve meses los dediqué a estudiar idioma, y estuve aproximadamente veinte días buscando trabajo hasta que ingrese a la fabrica en la que hoy me desempeño. Paralelo a mi trabajo rentado, desde hacía unos seis meses cumplía funciones como policía, en el cuerpo de voluntarios. En los momentos que estoy de servicio, no existen diferencias entre las obligaciones de un policía voluntario y uno profesional, claro esta, con excepción del sueldo.
Así que la guerra me encontró como un trabajador con un mes de antigüedad y policía voluntario con unos seis meses en el puesto. Lo primero que se modifico de nuestras vidas fueron los sonidos, ya que desde el primer día de conflicto no paramos de escuchar el ruido de la artillería israelí, ubicado a unos veinte kilómetros de nuestra ciudad. Este sonido se mantendría prácticamente de manera constante y sin interrupción durante toda la guerra.
Recuerdo que el ultimo día de combates, en los que ya se sabia que a las ocho horas de ese día se produciría el alto el fuego, me encontraba dos horas antes en la puerta de mi casa esperando el micro que me llevaría a mi trabajo y aun oía a la artillería tirar como la primera vez. También podíamos escuchar a la aviación, ya que muchos de los aviones con rumbo al norte cruzaban la barrera del sonido sobre la ciudad.
La ciudad donde vivo fue establecida en 1977, casi sobre las ruinas de lo que fuera un pueblo israelí llamado también Katzrin, con mas de 2000 años de antigüedad. Nunca había estado bajo ataque y la vida aquí se parece a la de cualquier pueblo chico del interior de Buenos Aires. Pero como esto es Israel y estamos a unos 25 kilómetros de la frontera con Siria, la ciudad cuenta con sistemas de seguridad para la población civil.
Aquí hay bunkers, y sistemas de alarma (sirenas). En el caso de los primeros, hay tres tipos:
Mis hijas estaban de vacaciones escolares y mi esposa aun no trabajaba. Así que decidimos que, hasta que la guerra terminara o hasta que empezaran las clases, mi mujer no buscaría trabajo y estaría con ellas.
Pero había padres que si trabajaban y no podían cuidar de sus hijos. Y esto hizo que una de las amigas de mi hija menor prácticamente viviera con nosotros. Las primeras sirenas crearon cierto caos en la familia hasta que, con la práctica, el sistema se aceito. Recuerdo que mi familia se encontraba en casa con la amiga de mi hija, y sus cinco perros (la perra de nuestra huésped había tenido familia), sonó la alarma y mi señora tuvo que tomar a las nenas, los cinco perros, agua, comida, la radio, juguetes para distraer a las nenas en el bunker, el celular y correr.
En el lugar, se encontró con vecinos latinos, israelíes y rusos. Y como sucede siempre, las versiones que se comentan en esos momentos pasan de las cosas más reales a las mas descabelladas. Con el tiempo aprendimos que era mejor quedarse en casa, porque los comentarios son peores que las bombas. Así que las siguientes sirenas reunían a la familia debajo de la mesa de la cocina, y bien lejos de cualquier ventana de vidrio, con las puertas cerradas. Habíamos llegado a la conclusión que los cohetes que nos tirarían, solo harían daño si caían exactamente encima de la casa, así que era mas recomendable mantener la calma y los ánimos que salir corriendo.
Yo no pase una sola alarma con mi familia. Siempre se dieron los avisos en los horarios en que trabajaba. Así que lo único que podía hacer era estar comunicados por teléfono con mi mujer cuando escuchaba por la radio que había problemas. Si yo no me enteraba, mi mujer me llamaba para darme la novedad, y así nos quedábamos hablando para pasar el tiempo.
Mis hijas fueron el ejemplo de que se debe hacer en casos como este. Sonaba la alarma y ellas solas se iban debajo de la mesa. Recibieron entrenamiento sobre como bajar en orden a los bunkers o ponerse a cubierto en caso de que la alarma llegara cuando ellas estaban solas en la calle. La colonia de vacaciones para chicos funciono normalmente con excepción de un solo día, y allí se les enseño como actuar. Y todo esto a la edad de 9 y 11 años.
Mis periodos de servicio en la policía se incrementaron durante la guerra. En tiempos de paz, usualmente yo servia un turno por semana (entre seis y ocho horas), pero durante el conflicto servia dos o tres turnos, y todos luego del horario de trabajo o bien en mis días libres.
La función de la policía aquí no es combatir, sino mantener el control interno de la población y socorrer a esta en caso de que sea necesario.
Así que ante las sirenas, la policía salía a la calle y controlaba que todo este como debe ser. Si había gente en la calle, se la llevaba a los refugios, si había chicos se los llevaba a la casa. Y si se producía una explosión debíamos cerrar el área, socorrer a la gente y llamar a quien se necesite. Se nos entregaron cascos y chalecos antimetralla para andar por la calle en tiempo de alarmas.
En los primeros tiempos de la guerra, estuve de patrulla por mi zona en una camioneta de la base. Cuando íbamos hacia el norte de noche, el espectáculo en el cielo era impresionante. Se podía ver a la artillería que se tiraba hacia Líbano, y también se veían a los cohetes que venían hacia Israel. Se veían a los helicópteros (de noche solo a sus luces, y esto solo cuando regresaban), y se veían todo tipo de luces en el cielo, como especie de balizas para marcar algo. Y el ruido de todo eso también se sentía. Yo pensaba lo que seria estar en el medio de todo eso, ya que lo que yo percibía ocurría a 30 o 40 kilómetros de mi posición.
Los problemas habituales que se nos presentaron fueron las llamadas de vecinos que se quejaban porque los habitantes de la casa de al lado tenían el cuarto de seguridad compartido lleno de sus cosas y no había lugar para estar en caso de alarma. Y mas que aumentar los problemas, nuestra tarea era la de mediar entre las partes sin llegar a mayores.
Directamente en mi ciudad no cayó un solo cohete en toda la guerra. Hubo impactos cercanos, entre los cuatro y el kilómetro y medio de distancia. Y estos se dieron a partir de la mitad del conflicto. Entonces se decidió colocar una alerta temprana, un observador aéreo, que estaría ubicado en un lugar alto y en comunicación radial con la base, con binoculares y chaleco antimetralla. Y junto con varios otros voluntarios en turnos rotativos, yo fui asignado a este puesto. Mi función era la de observador y la de, en caso de impacto, informar el lugar y en lo posible la magnitud de los daños. Ahí empecé a trabajar en conjunto con el ejército y los bomberos.
No era una tarea difícil, pero si muy incomoda. El casco, el chaleco y los casi cuarenta grados de calor en agosto solo nos permitía permanecer unas dos horas en el puesto y solo se podía subir allí si antes alguien había controlado que nos llevábamos por lo menos dos litros de agua encima.
Desde allí yo me enteraba de todo lo que pasaba a través de la radio que tenia. Escuchaba donde había impactos y las consecuencias. En ciertos casos, yo podía ver las nubes de humo que producían la caída de un cohete en ciudades que distan unos 30 o 40 kilómetros de distancia.
Durante mis periodos de servicio, no cayó un solo cohete en el área que me correspondía vigilar.
Final
¿Quién me mando a meterme en un lió como este? Esa es una de las preguntas mas reiteradas que recibí de familiares y amigos que residen en Argentina, cuando hablaba con ellos. No tengo respuesta a ello. Cuando un inmigrante llega a su nuevo lugar debe aceptar lo bueno y malo del nuevo país. Yo no vine a meterme en el medio de una guerra a este país, pero es lo que se dio y hay que afrontarlo.
Recuerdo que mi hermana, que vive aquí desde hace mucho tiempo, me preguntaba en los tiempos de la hiperinflación argentina, como podíamos vivir así, y yo le respondía con otra pregunta: ¿Y como ustedes pueden vivir en guerra constante?, ella me decía que la situación aquí era normal y yo le respondía exactamente de la misma manera con respecto a la economía argentina.
Así que yo he aprendido que cuando se llega a un lugar y con el tiempo uno se acostumbra a la situación, lo que en una realidad es difícil de entender, en otra realidad puede ser lo cotidiano.
El Estado de Israel es un país que antes de su última fundación, y durante toda su vida como nación, ha vivido en estado de guerra constante. Los habitantes de este país tratamos en la medida de lo posible de vivir una vida como si la guerra no existiera, pero es evidente que esto no es del todo posible y siempre hay situaciones y modos de actuar que están condicionados por los acontecimientos.
Y cuando estas situaciones llegan, hay que hacer lo necesario para afrontarlas de la mejor manera posible y continuar en la lucha diaria de nuestras vidas.
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