CERRAR

Caza

Traslomando los cerros de Aluminé

No fue el buscado, pero bien cazado igual

Autor: Jaeger E.

Fecha publicación: 26/04/2013

Auspicia: Marcotegui Guns

Llegó marzo, y con ello el otoño, la época en que las hojas de los ñires, las lengas, los álamos y los radales se van poniendo de colores anaranjados, rojos y amarillos, en una verdadera paleta multicolor. Al mismo tiempo, la disminución de las horas de luz diurna y la menor temperatura disparan el celo del ciervo rojo.

La zona de Aluminé, muy diferente de la precordillera de los campos cercanos a Junín de los Andes, presenta por un lado un panorama mas atractivo, con grandes bosques de cipreses y araucarias que contrastan con la estepa de los campos de Rinconada. Eso si bien es un verdadero regalo para la vista que se convierte en una dificultad para la cacería. Allí es necesario recorrer grandes distancias, normalmente a caballo para llegar a los mallines que normalmente están en la cima de los altos cerros.

Divisar a los ciervos en el bosque es muy difícil y solamente se logra caminando con mucho cuidado que en época de sequía, como este marzo, es casi imposible ya que uno va pisando ramas secas, piñones secos y ramas de araucaria caídas al suelo. Las distancias son relativamente grandes y sobre todo se trata de cerros muy empinados. Vale agregar también que la cantidad de ciervos es notablemente menor, en términos generales, que en otras zonas.

Así fue que llegamos a Aluminé y después de descargar los bártulos en un bote para cruzar el rió, nos instalamos en una cómoda cabaña a descansar un poco del largo viaje desde la Capital. Muy pocos bramidos se dejaban oír y claramente eran lejanos. La primera mañana se fue entre buscar los caballos y decidir que camino iba a tomar cada uno.

Un asado de rigor nos mandó (junto con el vino) a dormir una buena siesta. Alrededor de las cuatro y media o cinco partimos, cada uno con su guía hacia arriba. En un determinado momento nos separamos en direcciones diferentes. Seguimos subiendo y bajando por senderos no mucho mas anchos que los caballos y desde los cuales mirando para abajo se podía ver un precipicio de más de 200 metros, ocasiones en que uno piensa y desea que el caballo no se equivoque al pisar.

Pasamos por varias manchas de monte rodeadas de rosas mosquetas, y llegamos después de atravesar los pequeños cursos de agua, manantiales surgentes que recorrían las laderas hacia abajo. Llegamos al primer mallin y después de encerrar a los caballos en un corral de palos, nos sentamos a esperar que se entrara un poco más el sol.

A eso de las 7 y media escuchamos varios bramidos, dentro del bosque de araucarias que rodeaba el mallin. Con mucho sigilo y observando permanentemente la dirección del viento, que en esas cumbres es mas cambiante que Borocoto en la política, nos fuimos adentrando en el bosque.

Araucarias centenarias prodigaban su fruto por doquier y a cada rato se escuchaba la caída de los piñones. El bramido, ronco y aguardentoso (si se permite la expresión) cada vez estaba mas cercano. Avanzando con cuidado entre las plantas, paso a paso y deteniéndonos de manera periódica para escudriñar con los largavistas hacia delante, logramos divisar una mancha marrón, y se movía hacia delante. Nos arrimamos más y logramos ver como el ciervo, que aparentaba ser largo y muy abierto y por lo menos con una corona de tres puntas, pero se iba yendo despacito hacia arriba.

De repente apareció una ciervita joven que pasó a escasos 5 metros de donde estábamos, por supuesto como congelados y sin siquiera parpadear, salió casi de nuestro campo visual cuando escuchamos un tropel de algún animal que venia en al misma dirección, y entonces lo vimos, a plena carrera atrás de la cierva. "Ahí esta el ciervo" me susurró Claudio, mi guía, rápidamente me puse rodilla en tierra monte el pelo y en el primer claro a unos 100 metros cuando pasó disparé.

El 7X64 entró arriba y en diagonal y lo dio por tierra. En ese momento le dije a Claudio que me parecía que no era el ciervo que veníamos siguiendo. El quiso levantarse y lo hice esperar unos diez minutos, para que se muriera tranquilo. Llegamos y era así , un muy viejo 10 puntas de importantes rosetas con los molares casi totalmente gastados y con esa inconfundible catinga del macho alzado. Parece que no solamente a los hombres viejos les gustan la hembras jóvenes.

No era el ciervo pero estaba bien cazado. Sacamos unas fotos y lo despostamos, para volver al otro día por la carne y de paso ver que había pasado con el 13.

Emprendimos la retirada a oscuras, bajando cuestas de piedra suelta y rogando a Dios que los caballos pisaran firme. A las 11 llegamos a la cabaña para encontrarnos con mi compañero de cacería que en otro cerro y casi al mismo tiempo que nosotros había matado un 13 puntas. Volvimos otra vez arriba, bajamos la carne pero del 13 nada. Solo quedo el propósito de volver para la próxima brama.

Jaeger E.

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